sábado, 29 de octubre de 2011

MARCOS MORALES PELÁEZ ESCRITOR  DE RIBARROJA DEL TURIA (VALENCIA) GANADOR DE LA III PREMIO DEL CONCURSO DE RELATO CORTO CANYADA D´ART 2.011 CON SU RELATO 
" LO QUE SE ESCUCHA CUANDO TE TAPAS LAS OREJAS"


























Currículo literario:

 .Ganador de la XIV edición del certamen literario La rosa de paper, categoría B.
 .Ganador del XIX Premio Juvenil de Literatura Breve de Mislata en la categoría de narrativa en valenciano.
 .Segundo premiado en el XVI Premio Literarios Ciutat de Carcaixent, en la categoría de narrativa corta, llamada: Premis de Narraiva Curta Soliestruch
 .Segundo premiado en el certamen de relatos cortos para jóvenes, Un mar de dudas, de Ribarroja del Turia.
 .Ganador de la XXVI edición del Premio Solstici de Literatura Jove, en la categoría B de narrativa.
Publicaciones:

 . Relato: Què passa quan els gossos s'atreveixen a somiar? Este se encuentra dentro de el libro Somriures Blaus de la editorial Bromera.
 . Relato: Frío. Se encuentra dentro de la edición XIV del certamen literario La rosa de paper.

Lo que se escucha cuando
 te tapas las orejas 

 
    Una pajarita blanca se ciñe fuerte al cuello, una camisa blanca y una chaqueta azul marino de lana, me visten adecuadamente para la ocasión. Mamá patalea nerviosa el suelo y se muerde las uñas, el abogado aún no ha llegado y el juez empieza a impacientarse. El bolígrafo del abogado de la acusación golpea reiteradamente la madera de la mesa desgastada de tantas sentencias. Las puertas se abren de par en par y un abogado proporcionado por el estado entra con un maletín negro de cuero en la mano, una corbata roja , y un traje marrón; feo color el marrón para un traje. Apagado por el imponente negro de la acusación quedó el marrón, eclipsada por la acusación quedó la defensa. 
          Un salmón apagado llevaba mamá, un traje color salmón apagado que se decoraba con una flor decaída en mitad del pecho, un pelo arreglado con manos nerviosas, manos tristes, dejaba caer un mechón sobre  un cuello escondido. Un cuello escondido por maquillaje que aún denotaba el morado de su piel, un golpe seco de sumisión se escondía en aquél cuello de aquél juzgado. De repente mi nombre resuena en la sala por la voz del hombre de traje marrón, y un micro que no llegó a alcanzar cuenta lo que hoy no cuenta mi voz.
         Un camión de juguete rojo y azul permanece inmóvil sobre la alfombra de mi habitación. Sentado en el suelo, el frío traspasa el fino pijama y me mantengo quieto mirándolo. No lo toco, no lo muevo, tan solo noto como el agua del pelo recién duchado resbala por mis manos, manos que tapan mis orejas. La luz apagada me asusta, me arrincona en la habitación, la puerta cerrada deja entrar unas finas lineas de luz, y la sombra de unos pies las desdibujan al pasar por delante de ellas.
 Aprieto fuerte las manos contra mi cabeza, y con los ojos cerrados muerdo fuerte mis propios dientes, unas pequeñas lágrimas empiezan a resbalar por la cara aún húmeda  de otras noches. Niego con la cabeza varias veces y abro los ojos para mirar el difuminado suelo de mis lágrimas, se cierran asustados por algún golpe, escucho los gritos de mi padre, la insulta, le pega... Oigo el ruido de los platos rotos en el suelo, y como el vaso de cristal se estrella contra la pared; oigo a mi madre gritar. Llora, suplica porque pare, por su vida , por la mía. Finalmente deja de gritar y se oye como un cuerpo se desploma, un par de golpes y patadas se dirigen al dormitorio, y dejo de taparme las orejas.
         Llevo una toalla blanca mojada en la mano, miro como la luz amarillenta que desprende la lámpara de madrugada, se refleja en la piel de mi mamá, tumbada en el suelo, parece dormir. Una rodilla se apoya sobre la otra y su silueta se recorta en el suelo con los brazos estirados, un profundo color morado colorea su mejilla y un pequeño corte en la ceja ha dejado ya de sangrar. La falda del vestido negro con puntos blancos, reposa caída sobre sus muslos, unas manos aún en tensión, siguen buscando donde agarrarse, y los labios aún se aprietan con miedo, tal vez miedo tan solo de hablar.
         Me acerco a su cabeza, los ojos cerrados parecen no querer despertarse, tal vez ese mundo sea mejor que este, el mundo de los sueños. Limpio con la punta húmeda de la toalla la sangre seca que queda cerca de la ceja, la deslizo por su cara, mojándole también los labios, humedeciéndoselos, recubriendo con una fina caricia las arrugas de tristeza, los contornos de miedo, la cara de mi mamá. Sus ojos empiezan a parpadear lentamente, las pupilas se llenan de luz y me miran, una sonrisa se proyecta hacia mi y dice “ Hola cariño”. Sus manos se estiran lentamente, entumecidas por los nervios y me acarician despacio los  mechones de pelo que se dejan caer sobre la frente, recorre con sus dedos el contorno de mis ojos y los desliza por la barbilla. Con los brazos me acerca hacia ella, y me acuesta delante suyo, me arropa con sus brazos y se encoje sobre mí, doblando las rodillas y abrazándome. Los dos tumbados en el suelo, los dos con los ojos cerrados.
         El saquito del almuerzo vuelve vacío a casa balanceándose en mi brazo, el babero a rayas blanco y azul se levanta por el viento, aprisionado por tres botones vuelve a su sitio. Con un brazo mi mamá me hace botar y me levanta cada vez que cuenta tres, una sonrisa aparece en su cara, otra en la mía. La gente con bocas mudas, hablan entre ellas sobre el corte de su ceja, la cantidad de maquillaje que intenta esconder lo que todos saben, pero nadie dice. Las farolas se suceden en la calle que llevan a casa, acariciadas por el calor de la tarde, parecen luciérnagas dormidas que brillan por las noches. Los ancianos pasean también adormecidos por su propia vejez, y el toldo de una frutería se camufla entre dos grandes fincas, hoy ríe mamá, hoy río yo. Una silueta curvada se recorta delante de la puerta de casa, sus ojos miran fijos a tierra, y sus manos en los bolsillos piden perdón. Hoy ríe mamá, hoy, ya no río yo.
         Una caricia en la mejilla me hace sonreír, roza con su nariz la mía, un beso de esquimal me da las buenas noches y me arropa mientras apaga la luz. Veo como el pelo se desliza sobre su hombro mientras se da la vuelta y me dice adiós con la mano mientras cierra la puerta. Mantengo los ojos abiertos mientras no veo nada en la oscuridad, pero hoy esta oscuridad de mi cuarto no me asusta, hoy me arropa en una cálida noche de manta y edredón. Hoy me duermo sin taparme las orejas y escucho como en la habitación de al lado, un “te quiero” le responde a otro y le dan las buenas noches a la casa. Hoy al cerrar los ojos sonrío, porque veo como una bandera blanca ondula en el viento, una tregua que se esconde en las sábanas donde ahora duermo, mis banderas blancas.
         Una mancha amarilla ensucia mis banderas blancas, las sábanas que ahora dan vueltas en la lavadora. Un sueño tan profundo ha hecho que me haga pipí en la cama, y ahora espero que mi mamá me traiga unos pantalones limpios, unos calcetines azules empiezan a sentir el frío del suelo mientras muevo las piernas deprisa para intentar no sentirlo. Mi padre, con una sonrisa cariñosa, me cubre con una toalla y me abraza mientras espera a que traigan los pantalones, dejo de tiritar en sus brazos y el calor de su pecho me empieza a dormir; tal vez esta vez su perdón si que hubiera sido verdad, a lo mejor esta vez si que había sido la última, quizás, tan solo volvía a soñar en sus brazos.
          El camión de juguete, mi camión de juguete, reposa tumbado con las ruedas hacia arriba encima de la alfombra, las zapatillas alineadas al pie de la cama parece`n esconderse bajo ella por terror, el avión que cuelga del techo se balancea levemente, la luz que normalmente desprende la lámpara hoy esta apagada, y la puerta cerrada con pestillo se queda quieta para aparentar que no está allí.
         Me escondo bajo las sábanas, tapándome la cabeza y llorando en ellas. La tregua de mis sabanas blancas se había roto, las confundí, creí que eran una bandera blanca y tan solo eran la toalla húmeda con la que volvería a limpiar a mi mamá, limpia de sangre. Negaba con la cabeza, gimoteaba tapándome las orejas, no quería oír lo que se oye cuando te tapas las orejas, no quería escuchar lo que se escucha cuando te tapas las orejas. No quería oír los golpes por la noches, no quería escuchar los insultos de mi padre, no quería oír como se estrellaban los vasos en las paredes, no quería escuchar como gritaba mi padre, no quería oír el crujir de los cristales por el suelo, no quería escuchar gritar a mi madre... Encogiéndome, me abrazo a mí mismo e intento dejar de llorar, no lo consigo, es inútil, y sigo llorando en las sábanas. Oigo un grito y como un cuerpo se desploma, y se corta mi llanto. Una onda de valor me envuelve, me aprisiona en el grito de mi madre, miro temblando las sabanas que me cubren, y con los ojos aún mojados me deshago de ellas.
Me pongo las zapatillas que ya no intentaban esconderse, sino que ahora se contagiaban de mi valor y me acompañaban en mi viaje, alargué el brazo hacia el pomo de la puerta inmóvil, que ahora parecían desprender de las rendijas luz, y lo giré lentamente. Mis labios se desplomaban cara abajo medio miedosos, medio enfadados, el pijama de dibujos se movía pegado a mí mientras caminaba por el pasillo; la puerta del comedor me esperaba entornada, llegué y la abrí. Mi mamá permanecía tumbada en el suelo apoyándose con las manos para no desplomarse y mi padre la amenazaba desde arriba con una mano en levantada en el aire. Un golpe nuevo aparecía en su cuello, la rodilla rascada, sangraba un poco, y el vestido empezaba a desgarrarse.
         Corrí hacia él con los puños en alto y empece a golpearle las piernas, con la mano que no tenía levantada me empujó fuertemente y caí contra el suelo clavándome algunos cristales de los vasos rotos . Me levanté enfadado y volví a golpearle, le daba patadas, clavaba mis puños en él, y una vez más me empujo al suelo. Me volví a levantar, y esta vez lo golpeé con más fuerza; esta vez, con la mano que tenía levantada me abofeteó con gran fuerza, mi cabeza cayo directamente al suelo y golpe seco sonó en la habitación, exhalé una vez más aire y dejé de respirar.
            El hombre del traje negro cuenta mi historia mientras un montón de gente sentada ante él lo  escucha atentamente, mi mamá deja caer alguna lágrima por mi muerte, y mi padre se pasa la mano por el pelo lamentándose de su error. Un hombre con uniforme pasa un papelito blanco al juez que se sienta por encima de los demás, un par de periodistas destapan las puntas de sus bolígrafos ansiosos de saber el veredicto, y yo plantado en mitad del pasillo miro a mi alrededor. El juez, lo leé  lentamente y suspira al acabar, mira a ambos abogados y se dirige al personal. Unas palabras salen de su boca, un clamor resuena en la sala, mi padre se coge la cabeza, mi madre grita; y yo, me tapo las orejas.